Incongruencia entre el autoconcepto y la experiencia organísmica: distorsión, negación y el mito del refuerzo automático del bienestar
En el marco de la psicología humanista, especialmente en la teoría de Carl Rogers, el autoconcepto se entiende como el conjunto de percepciones, creencias y valoraciones que una persona tiene sobre sí misma. Por su parte, la experiencia organísmica alude al flujo total de sensaciones, emociones y necesidades que emergen del organismo en su interacción viva con el entorno. Cuando ambas dimensiones —autoconcepto y experiencia organísmica— están en armonía, la persona puede vivir de manera auténtica y flexible. Sin embargo, cuando existe una incongruencia entre lo que se experimenta y la imagen que se tiene de sí mismo, se generan tensiones internas que pueden derivar en mecanismos de distorsión o negación de la experiencia.
La incongruencia y sus efectos psicológicos
La incongruencia se produce cuando la experiencia interna amenaza la estructura del autoconcepto. Por ejemplo, una persona que se considera “fuerte y siempre capaz” puede negar o distorsionar sentimientos de vulnerabilidad o tristeza, porque reconocerlos supondría poner en cuestión la imagen de fortaleza que ha construido y que el entorno ha reforzado. Esta defensa no surge de manera consciente, sino como un proceso automático de preservación del equilibrio psíquico frente a las condiciones de valor impuestas por la cultura o las relaciones significativas.
El resultado es una pérdida de contacto con la experiencia inmediata: la persona deja de confiar en sus propias sensaciones y emociones, priorizando lo que “debería sentir” o “debería ser”. En términos rogerianos, esta desconexión reduce la funcionalidad del organismo total, que deja de autorregularse de manera genuina. A largo plazo, esta tensión entre lo vivido y lo permitido por el autoconcepto puede manifestarse en síntomas de ansiedad, insatisfacción o alienación interna.
Distorsión y negación como defensas del yo
Rogers describió dos mecanismos principales de defensa frente a la incongruencia:
Distorsión perceptiva, que consiste en reinterpretar la experiencia de manera que encaje con el autoconcepto (“no estoy triste, solo cansado”);
Negación de la experiencia, que implica excluir totalmente ciertos contenidos de la conciencia (“eso no me afecta”, “yo no soy así”).
Ambos mecanismos mantienen una aparente coherencia interna, pero a costa de fragmentar la experiencia y disminuir la autenticidad. La persona se adapta externamente, pero se aleja de su centro vital.
El mito del refuerzo automático del bienestar
Algunas corrientes pseudoterapéuticas contemporáneas sostienen que el ser humano tiende de forma automática hacia la salud y la coherencia interna, y que basta con “reforzar lo positivo” para alcanzar un equilibrio estable. Sin embargo, esta visión carece de fundamento empírico sólido. La investigación en psicología experimental y en neurociencia afectiva demuestra que la homeostasis psicológica no se mantiene sin un proceso consciente de integración de la experiencia. Los estudios sobre disonancia cognitiva (Festinger, 1957), sobre procesamiento defensivo de la información (Baumeister et al., 1998) y sobre regulación emocional (Gross, 2015) evidencian que, cuando una persona se enfrenta a información incongruente con su autoconcepto, tiende a suprimir o reinterpretar la experiencia para proteger su identidad percibida. Este patrón se refuerza de manera automática, pero no hacia la salud, sino hacia la rigidez psicológica. En otras palabras, no existe un mecanismo natural que “corrija” la incongruencia: el proceso de integración requiere consciencia, acompañamiento terapéutico o introspección guiada.
La incongruencia entre el autoconcepto y la experiencia organísmica constituye uno de los núcleos del sufrimiento humano. Negar o distorsionar las propias vivencias puede preservar una identidad coherente en apariencia, pero fragmenta la unidad interna. Contrariamente a lo que afirman algunas corrientes de pensamiento positivo, el equilibrio psicológico no se refuerza automáticamente: requiere una actitud de apertura, autenticidad y aceptación profunda de la experiencia. Solo a través de la integración consciente de las emociones y sensaciones se puede restablecer la congruencia entre el yo percibido y el yo vivido, condición esencial del bienestar psicológico.
Uma Zuasti.