La danza: mi lenguaje del alma
De pequeña era una niña muy tímida e introvertida. Me costaba hablar en público, me abrumaban los grupos grandes, y prefería la compañía silenciosa de mis propios pensamientos. Dentro de mí existía un mundo vasto, rico y lleno de matices, pero me resultaba difícil compartirlo con los demás. Fue entonces cuando descubrí la danza.
Bailar se convirtió para mí en una forma de expresión, un lenguaje secreto en el que no necesitaba palabras para decir lo que sentía. A través del movimiento, mi mundo interno encontraba salida: cada gesto, cada paso, cada giro era una manera de mostrar lo que habitaba en mi corazón. Poco a poco, la danza fue transformándose en un mecanismo de extroversión, una herramienta para comunicarme con el mundo. Sin darme cuenta, dejé de sentirme encerrada y empecé a sentirme libre.
La danza no solo fue mi refugio; se convirtió en una pasión, en una forma de vida. Hoy sé que para mí bailar no es simplemente mover el cuerpo: es una manera de entender la existencia, una forma de ser y de sentir. Es un lenguaje universal que trasciende fronteras, culturas y tiempos. Con la danza puedo contar historias, expresar emociones profundas, conectar conmigo misma y también con los demás.
Cuando bailo, me siento libre y creativa. Siento que toco algo esencial, algo anterior a las palabras, algo que nos une a todos los seres humanos. Porque la danza, como pocas otras manifestaciones, está presente en todas las culturas del mundo: es un universal cultural, un fenómeno que nos habla de su enorme importancia para nuestra especie.
El investigador Jon Blacking estudió precisamente este fenómeno. En su teoría, explica que la danza fue fundamental en los primeros pasos de la humanidad: antes de desarrollar un lenguaje verbal, nuestros ancestros se comunicaban a través del cuerpo y el movimiento. Fue a partir de estos primeros "bailes" rituales que emergió la capacidad simbólica, esa que más tarde permitió el nacimiento del lenguaje hablado y escrito. En este sentido, bailar no es simplemente un arte: es una de las raíces más antiguas de lo que nos hace humanos.
También la antropóloga Allegra Finder-Sneaider sostiene que, en las sociedades sin escritura, la danza cumple un papel esencial: es el medio a través del cual se transmite y registra el conocimiento. Bailando, estas comunidades relatan su historia, preservan su memoria colectiva, enseñan valores, saberes y ritos a las nuevas generaciones.
La danza tiene además una fuerza única: puede expresar sentimientos y experiencias que no son verbalizables. Hay cosas que no caben en las palabras, pero que el cuerpo, sabiamente, sabe comunicar. Así, la danza se convierte en un puente entre lo indecible y lo compartido, en una forma de hacer visible lo invisible.En este sentido, recuerdo las palabras de la etnomusicóloga Stephanie Allys cuando estudiaba el fenómeno del "kuduro" en Angola: mostraba cómo, en contextos de violencia y dificultad extrema, el baile se convierte en una estrategia vital para expresar emociones, mantener la cohesión social y afirmar la propia identidad.
Hoy, después de muchos años, entiendo que para mí la danza es todo eso: una forma de ser, de sanar, de amar, de crear. Una forma de vivir. Cada vez que danzo, regreso a esa niña tímida que encontró en el movimiento su voz. Y me siento, profundamente, en casa.
Uma Zuasti