Apego, regulación emocional y contacto afectivo: claves para la transformación

En las últimas décadas, la ciencia ha profundizado en la comprensión de cómo el vínculo afectivo impacta directamente en el sistema nervioso y en la salud mental. Hoy sabemos que el desarrollo de un apego seguro durante la infancia —y también en la vida adulta a través de relaciones significativas— tiene efectos reguladores sobre uno de los principales sistemas del estrés del cuerpo humano: el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA).

Este eje es responsable de regular la liberación de cortisol y otras hormonas relacionadas con la respuesta al estrés. Cuando el entorno relacional es seguro, empático y sensible, el sistema nervioso se siente protegido, y el HHA se autorregula de forma más estable. Por el contrario, la ausencia de figuras reguladoras seguras —como sucede en el apego inseguro o desorganizado— puede provocar una hiperactivación del eje del estrés, lo que se asocia con un mayor riesgo de trastornos como la ansiedad, la depresión o incluso enfermedades autoinmunes.

Esta relación ha sido formulada y desarrollada por autores como Allan Schore (2001, 2003), Daniel Siegel (1999, 2012) y Ruth Feldman (2007, 2015), quienes han mostrado, desde la neurobiología del desarrollo, cómo los vínculos afectivos modelan literalmente la estructura y funcionalidad del cerebro.

¿Podemos cambiar nuestro estilo de apego en la vida adulta?

La respuesta es compleja. Si bien el apego se forma en los primeros años de vida, múltiples estudios (y la práctica clínica) han demostrado que es posible desarrollar formas más seguras de vincularnos a través de experiencias relacionales correctivas, especialmente en contextos de confianza, contención emocional y contacto afectivo.

Ahora bien, una relación correctiva no se reduce a darse abrazos o a mirarse a los ojos en un espacio grupal. Aunque prácticas como la Biodanza pueden facilitar momentos de conexión emocional, el cambio profundo en los modelos internos de apego implica procesos más complejos y sostenidos. Se trata de establecer vínculos donde se experimente coherencia emocional, fiabilidad en el otro, validación afectiva y una capacidad real de sostener la experiencia del otro sin disociarla ni invadirla. La transformación del apego requiere tiempo, repetición, mentalización y una integración simbólica de lo vivido.

En mi experiencia, he visto cómo muchas personas se quedan en esa capa superficial del contacto afectivo, buscando una especie de alivio momentáneo al dolor emocional sin llegar a tocar el fondo de lo que realmente necesitan. El grupo, en estos casos, puede convertirse en una fuente de pseudosatisfacción afectiva, donde se repite el patrón de buscar atención o consuelo inmediato sin un verdadero proceso de transformación interna.

El contacto físico puede ser hermoso y profundamente sanador, pero solo cuando va acompañado de una relación coherente, sostenida, validante y verdaderamente segura. Lo contrario puede perpetuar dinámicas de dependencia emocional o incluso reforzar heridas no elaboradas. Cambiar el modelo interno de apego no se logra únicamente a través de gestos de afecto: implica un trabajo profundo, sostenido en el tiempo, donde la persona pueda sentirse vista, comprendida y sostenida en su proceso, sin prisa ni presión, y con espacio para dar sentido a lo vivido.

El riesgo de forzar el contacto: cuando no es deseado

Sin embargo, es fundamental subrayar que el contacto físico nunca debe ser propuesto de forma coercitiva ni como una obligación implícita para “sanar” o “pertenecer al grupo”. Cuando un abrazo, una caricia o un gesto afectivo no es genuinamente deseado por la persona —aunque sea sutilmente forzado, mal encuadrado o emocionalmente ambiguo— el efecto puede ser el contrario al buscado:

-Puede reactivar memorias de trauma relacional o corporal.

-Puede generar sensaciones de invasión, ansiedad o vergüenza.

-Puede reforzar patrones de disociación o sumisión aprendida.

-Puede crear un apego dependiente al grupo sin un verdadero cambio interno.

Además, en muchas personas, puede despertar una necesidad de cuidado infantil no satisfecha: la del niño o la niña que alguna vez buscó contacto desde el anhelo genuino de ser protegido o reconocido, y que encontró en su lugar confusión, indiferencia o sobreinvasión. Cuando esta necesidad se activa en un entorno que no ofrece un marco suficientemente seguro y claro, puede abrir una herida antigua en lugar de repararla. El cuerpo recuerda, pero no distingue el pasado del presente si no hay contención simbólica.

Esta reactivación puede intensificar la búsqueda compulsiva de afecto, generar dependencia emocional hacia figuras de autoridad o al propio grupo, o activar emociones regresivas sin posibilidad de metabolización psíquica. Por eso, es crucial que cualquier propuesta de contacto en espacios terapéuticos o grupales esté mediada por el consentimiento explícito, la capacidad de decir “no” sin consecuencias emocionales, y la presencia de un encuadre que priorice la soberanía corporal.

Uma Zuasti

Referencias bibliográficas

Feldman, R. (2007). Parent-infant synchrony and the construction of shared timing; physiological precursors, developmental outcomes, and risk conditions. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 48(3-4), 329-354.

Schore, A. N. (2001). Effects of a secure attachment relationship on right brain development, affect regulation, and infant mental health. Infant Mental Health Journal, 22(1-2), 7–66.

Schore, A. N. (2003). Affect Dysregulation and Disorders of the Self. W. W. Norton & Company.

Siegel, D. J. (1999). The Developing Mind: Toward a Neurobiology of Interpersonal Experience. Guilford Press.

Siegel, D. J. (2012). Pocket Guide to Interpersonal Neurobiology. W. W. Norton & Company.

Uma Zuasti